
Un derbi brasileño en Asunción coronó una edición histórica: Flamengo revalidó la Copa Libertadores Sub-20 al derrotar a Palmeiras en la tanda de penaltis (3-2), tras un 1-1 que no se movió en 90 minutos. La final, disputada en el estadio Arsenio Erico, fue la primera entre dos clubes del mismo país y cerró la novena edición del torneo con un hito: el equipo carioca se convirtió en el primer bicampeón y en el primer club que suma dos títulos en la categoría.
Un clásico brasileño para la historia
Flamengo llegó a la final con el aura de campeón vigente y con una fase de grupos impecable ante Peñarol, Danubio y Olimpia. El equipo había mostrado solvencia y carácter, dos virtudes que volvió a exhibir en el partido decisivo. Palmeiras, sólido y competitivo durante todo el torneo, aceptó el intercambio y apostó por un duelo largo, de detalles, sin regalar metros ni tiempo.
El encuentro fue una partida de ajedrez a alta intensidad. Flamengo buscó acelerar por dentro con apoyos rápidos y diagonales, mientras Palmeiras intentó castigar las espaldas con rupturas a campo abierto. Las ocasiones se repartieron: centros tensos, remates forzados, tiros lejanos que coquetearon con el gol. La final se sostuvo en un equilibrio nervioso que solo se rompió en la segunda parte.
El 1-0 llegó con la firma de Luigi: zurdazo ajustado, seco, de esos que se meten más por convicción que por espacio. La ventaja dio aire a Flamengo, pero duró poco. Palmeiras reaccionó enseguida y encontró el empate con una jugada que mezcló paciencia y agresividad en el último tercio. Con el 1-1, el partido se volvió más táctico, más corto en riesgos, como si ambos equipos asumieran que el error pesaba más que el acierto.
El tramo final fue un ejercicio de contención mental. Los dos porteros intervinieron en momentos clave, las defensas negaron pasillos y los cambios buscaron piernas frescas para sostener la presión. Sin prórroga en el formato, la final fue directa a los penaltis, un territorio donde lo emocional y lo técnico se mezclan a partes iguales.
En la tanda emergió Arthur Santana. El guardameta de Flamengo leyó trayectorias, esperó hasta el último instante y firmó paradas que valen un título. Con sus manos y la calma del ejecutor en los lanzamientos decisivos, el Rubro-Negro cerró la serie 3-2. No fue un festival de goles; fue una final de jerarquía, paciencia y temple, el tipo de escenario donde los campeones repiten.
Más allá del trofeo, el choque puso frente a frente dos ideas de formación. Flamengo, con la fábrica de talento del Ninho do Urubu, lleva años combinando captación, trabajo posicional y una cultura que premia la toma de decisiones bajo presión. Palmeiras, desde una cantera que ha crecido a golpe de planificación y metodología, presume de perfiles físicos y técnicos listos para competir arriba. La final no solo midió dos buenas generaciones; midió dos modelos que hoy marcan el ritmo del fútbol base en Brasil.
El torneo, en cifras y el mapa continental
La edición 2025, disputada del 1 al 16 de marzo en Paraguay, se jugó en tres sedes repartidas en tres ciudades y reunió a 12 equipos de 10 asociaciones de la CONMEBOL. El cuadro general dejó 22 partidos y 63 goles, para una media de 2,86 por encuentro: una cifra que habla de equilibrio competitivo y de un torneo menos abierto que otros años, probablemente porque las canteras sudamericanas han afinado estructuras defensivas y la gestión de partidos cerrados.
El podio de artilleros se repartió entre Leandro Monzón, Riquelme y Fillipi, todos con cuatro goles. Que los máximos goleadores compartan registro refuerza esa sensación de paridad: hubo talento, sí, pero no un dominio aplastante de una sola figura. Flamengo, por su parte, combinó pegada puntual con una fiabilidad colectiva que se notó en los duelos de alta tensión.
Que la final fuese brasileña tiene lectura regional. En un torneo que desde su creación en 2011 ha visto campeones de varias banderas, la presencia de dos clubes de Brasil en el último partido subraya el momento del fútbol de base del país: inversión sostenida en infraestructuras, cuerpos técnicos especializados y una ruta cada vez más clara entre juvenil y profesional. El título consecutivo de Flamengo lo confirma: no se trata de una generación puntual, sino de una cadena de montaje que produce rendimiento temporada tras temporada.
La sede paraguaya cumplió con creces. Arsenio Erico, histórico por su simbolismo y dimensiones, ofreció un marco ideal para un cierre que reclamaba pelota al pie y pulso firme. La logística a tres ciudades permitió repartir público y minutos de juego en condiciones similares, un detalle que la organización de la CONMEBOL viene cuidando en las últimas ediciones para igualar el terreno y reducir ventajas coyunturales.
El rendimiento de Flamengo también se entiende mirando su hoja de ruta. Lideró su grupo ante Peñarol, Danubio y Olimpia con una mezcla de orden atrás y verticalidad controlada, dos rasgos que suelen verse en equipos que entrenan contexto: cuándo acelerar, cuándo pausar, cuándo cerrar zonas. En la fase final, la madurez para gestionar transiciones y el peso de su portería marcaron diferencias. La final reunió todo lo que le había traído hasta ahí: un gol en el momento justo, respuesta emocional tras el empate rival y eficacia en la definición desde los once metros.
En clave formación, la final dejó detalles de manual: coberturas coordinadas para proteger la frontal, laterales que alternan altura según lado fuerte, interiores que pisan área por sorpresa y, sobre todo, una lectura de ritmos propia de categorías superiores. Cuando un sub-20 compite con esta lucidez, el salto al profesional no es un abismo; es un escalón exigente, pero conocido.
La victoria tuvo además un premio directo: el billete a la Intercontinental Sub-20, el cruce que enfrenta al campeón sudamericano con el ganador de la UEFA Youth League. Allí, en el Maracaná y ante el Barcelona, Flamengo volvió a sostenerse en la competitividad pura: 2-2 en el tiempo reglamentario y 6-5 en una nueva tanda de penaltis el 23 de agosto de 2025. Dos tiroteos desde los once metros en cinco meses, dos títulos y un mensaje para el escaparate mundial: el proyecto juvenil del club carioca compite y gana en cualquier escenario.
Para la CONMEBOL, el cierre dibuja una hoja de ruta clara: el torneo ya no es solo una vidriera para ojeadores, es una competencia con identidad propia, calendario definido y niveles de intensidad que se acercan a los del fútbol profesional. Para los clubes, la foto es igual de nítida: retener talento, ofrecer minutos de calidad y someter a sus promesas a partidos de cuchillo entre los dientes. Flamengo, con su bicampeonato, ha mostrado el atajo: sistemas, hábitos y, cuando todo se aprieta, un portero capaz de convertir la portería en frontera infranqueable.
El dato frío queda para la posteridad: primera final entre clubes del mismo país, primer bicampeón, primer equipo con dos títulos. El resto es una sensación que no sale en las estadísticas: la de una final que se juega con la cabeza, se decide con manos firmes y, de paso, ordena el mapa del fútbol juvenil en Sudamérica para el curso que viene.
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